Aún encontramos en el mercado fresas de temporada, en estado óptimo. Más que fresas, diría que son fresones (el fresón es de tamaño más grande y menos dulce que la fresa). Y aprovechando su punto ácido, el fresón resulta exquisito combinado con nata o leche bien azucarada.
Cuando yo era pequeña, era todo un lujo comer fresas con nata montada. Lo hacíamos en muy contadas ocasiones, como algo muy especial, y en heladerías en las que el principal reclamo era tomar la copa de fresas con nata. En casa, impensable, no como ahora, que encontramos todos los ingredientes en el mercado o en el súper, a un precio bastante asequible para hacerlo nosotros... y no hace tanto de esto que estoy comentando, que no soy tan mayor.
Esta gran copa por antonomasia continúa formando parte de las cartas de los restaurantes y, cómo no, de las heladerías y de modernos establecimientos de repostería, que combinan helados y frutas. Diría que mantiene bien alto el listón de postre de lujo, por tan excelente mezcla de sabores, colores y aromas, y esbeltez en su presentación.
En casa, lo preparamos con nata de repostería, no montada, o con leche. Hacemos el cálculo de unos 80 gr. de fresas por persona. En fin, que para todos, compramos una bandeja de 500 gramos. Quitamos las hojitas cortando la parte por la que están sujetas, lavamos y troceamos.
En una fuente, las extendemos y espolvoreamos unas cuantas cucharadas de azúcar. Si las hago yo, 7 cucharadas; si las hace mi marido, Dimas, 5 -él lo hace mejor que yo-. Y dejamos unos 10 minutos para que el azúcar vaya penetrando en la carne de las fresas. Rematamos la faena con leche o con nata, cubriendo los trocitos al menos 2 veces su volumen. Y damos vueltas, cuidadosamente. Reservamos en el frigo y... nos volvemos a encontrar en el postre, cuchara en mano.
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