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En el Año Santo de la Misericordia: Cómo vivirlo, bebiendo de la Fuente de la Misericordia, Fuente de la Felicidad, de donde manan todos los Sacramentos. La necesidad de recibir de manera habitual el Sacramento de la Penitencia (la Confesión, para la Reconciliación con Dios y con los hombres), y el Sacramento de la Eucaristía.
Aquí, a continuación, y en el Diario Digital de Albacete
El presidente de la Divina Misericordia en
Albacete, Luis Delgado Rubio, apela a la experiencia de amor que todos tenemos
en nuestra historia personal para acercarnos a vivir, con confianza y esperanza
plenas, el Año Santo de la Misericordia convocado por el Papa Francisco, que empezó el día 8 de diciembre, festividad de la Inmaculada Concepción,
con la apertura de la Puerta Santa en la Basílica Vaticana, y de manera local
en la Diócesis de Albacete, el sábado, 12 de diciembre, en la Iglesia Catedral.
Sobre la extraordinaria importancia y
significado de este acontecimiento, Luis Delgado ha ofrecido una charla en el
salón de actos del Obispado de Albacete, como tema de formación propuesto por
la Delegación diocesana de Pastoral de la Salud, a los agentes de esta
pastoral, donde presentó el Año Santo de la Misericordia como una oportunidad
que no debemos desaprovechar, que nos ofrece Jesús, el Señor, por medio del
Papa Francisco, para experimentar con alegría, en primera persona, la acción
del amor de Dios, Padre Misericordioso, que actúa y nunca nos abandona; nos
ayuda, capacita y nos da fuerzas, también para dar un golpe de timón a la vida.
“Sólo el amor es digno de fe”, afirmó Luis
Delgado, citando al teólogo Balthasar. “Tan sólo tenemos que mirar el amor con
que están hechas nuestras familias, nuestras ciudades, el mundo, la naturaleza
que tanto maltratamos, la inteligencia del hombre. Y todo el mundo ha
experimentado el amor: el amor de sus padres, el amor de los hijos, del amigo,
del hermano, también en circunstancias difíciles, y es a ese amor al que hay
que apelar para que el hombre vuelva su cara hacia Dios y se reconozca en él, e
intente ir de cara a lo que es su misericordia infinita”.
“Dios, que sabe mucho más que nosotros y lo
puede todo, -resaltó el presidente de la Divina Misericordia en Albacete-, nos
ofrece algo que realmente llena el corazón, y es su misericordia insondable,
enorme, grande, y es ahí donde el Papa Francisco nos dice que tenemos que
introducirnos: en valorar qué es la misericordia del Señor, que nos ofrece a
todos y cada uno de nosotros”.
“Solamente con esa misericordia, con esa
ternura que todo lo supera, podremos cruzar el umbral de la esperanza, como nos
decía el Papa San Juan Pablo II. Sólo experimentamos ese amor si somos
conscientes de que el amor ha sido el que nos lo ha enseñado todo en la vida,
es decir, nuestra vida tiene que ser amor puro, o intentar que sea amor puro”.
Explicó Luis Delgado, que el amor de Dios es
tan grande que nos lo ofrece a través de la misericordia divina, para que
podamos alcanzar lo que Él nos da. “El Papa Francisco nos dice en la bula de
convocatoria del Año Santo, que la misericordia será siempre más grande que
nuestro pecado y que en esa esperanza tenemos que vivir. Es decir, por mal que
estemos, por angustiados que vivamos, por enfermedad, situaciones de desprecio,
de pecado o de cruz, ahí vamos a tener siempre la misericordia de Dios. Quien
espera en esos momentos de situaciones difíciles valerse únicamente de algún
recurso propio o de algo de los demás, está equivocado”.
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Ponernos en las manos
de Dios y confiar en que su misericordia nos va a llegar
Pero “de nada sirve que invoquemos la
misericordia del Señor si no tenemos confianza en ella: necesitamos poner
nuestra confianza en el Señor y confiar en que su misericordia nos va a llegar,
estemos donde estemos y como estemos”, recordando Luis Delgado, “la gravedad de
perder la confianza en la misericordia del Señor, por creer que de nada sirve,
lo que puede llevar al rechazo de recibir el perdón de Dios y de su redención,
y, en definitiva, a que descubramos la verdad demasiado tarde”.
Por tanto, “no podemos afirmar que Dios es
amor, que es misericordia, y pensar que al final todos estaremos salvados. Necesitamos
que nuestro corazón se convierta”, aclaró el presidente de la Divina
Misericordia en Albacete, refiriéndose también a la eficacia de los Sacramentos
del Perdón o de la Reconciliación, y de la Eucaristía, para la conversión.
Asimismo, afirmó que hemos de cuidarnos los
unos a los otros y practicar las obras de misericordia, siendo misericordiosos
como el Padre, lema del Año Santo de la Misericordia.
“La cruz nos señala que la ofensa a Dios nace
de todos y cada uno de nuestros pecados: no cumplir con las obras de
misericordia es una ofensa constante a Dios. Pero la cruz expresa también otra
profunda dimensión, muy dura y muy difícil: que la verdad es maltratada, que la
verdad sobre Dios y la verdad sobre el ser humano es crucificada por debilidad,
por oscurecimiento de la conciencia, o por perversión del mal, y esa cruz representa el daño que el pecado hace al
hombre. Por eso, es fundamental que en nuestra vida personal intentemos invocar
esa confianza en Dios y practiquemos las obras de misericordia hacia los
demás”.
“Es lo que tendríamos que hacer -concluyó
Luis Delgado-: volver a poner la confianza en Dios, ser como niños. Tendremos
que aprender a ver a Dios como lo ve un niño y recordar el crío que fuimos,
confiando en Él. Porque, precisamente, poniéndonos en las manos de Dios podremos
alcanzar su misericordia. El regalo que el Papa nos hace convocando el Año de
la Misericordia es una ocasión que no podemos perder y que puede provocar en
muchas vidas el giro para que podamos de alguna forma cambiar en el futuro”.
El presidente de la Divina Misericordia en
Albacete también citó en su charla al sacerdote Segundo Llorente Villa, jesuita,
uno de los evangelizadores de Alaska que fue senador en el congreso de EEUU por
ese estado. “Decía que lo que más lastimaba al hombre era la pérdida del tiempo,
porque Dios manifiesta su misericordia con el tiempo que nos da, y que de lo
que más triste estaba era que no había aprovechado ese tiempo para hacer lo que
se espera de un cristiano, que es el mayor favor que un hombre le puede hacer a
otro: enseñarle a conocer y amar a Jesús”.
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