Escrito del Sr. Obispo de Albacete, D. Ciriaco Benavente Mateos, con motivo del Día del Enfermo 2014, que ha sido publicado en la Hoja Dominical de la Diócesis de Albacete del 25 de mayo de 2014, VI Domingo de Pascua.
Un gran escrito, que conforta y llena de esperanza a quienes sufren la enfermedad, dirigido especialmente a los enfermos y a sus cuidadores, a los agentes de la Pastoral de la Salud de las Parroquias, médicos y enfermeros.
Este es su escrito:
DÍA
DEL ENFERMO 2014
Las huellas de
nuestros cariños y atenciones
Mis
queridos hermanos:
Nuestra
iglesia celebra el Día del Enfermo el 11 de Febrero, fiesta de Nuestra Señora
de Lourdes, pero tiene otro momento importante que es la Pascua del Enfermo,
que celebramos el VI domingo del tiempo pascual.
La
jornada de este año, que sigue a la del Año de la fe, quiere unir Fe y Caridad,
porque la Fe auténtica se expresa y obra siempre por la Caridad. Por eso el
lema: “FE y CARIDAD: Dar la vida por los hermanos (1 Jn. 3,16)”.
El
cartel une dos imágenes simbólicas: un corazón roto y unas tiritas en forma de
cruz: Es una llamada a salir de nosotros mismos para ir a esas “periferias existenciales”,
de las que nos habla el Papa Francisco, a fin de curar los corazones rotos por
la enfermedad o por la vida. La cruz de Cristo es redentora. La cruz de quienes
se entregan a los enfermos es sanadora.
Nuestra
sociedad utiliza la juventud y la belleza como reclamo para la venta y el
consumo. Los concursos de mises con sus despampanantes bellezas nos presentan
un mundo a la medida de nuestros deseos. Sería injusto e inhumano olvidar el
otro mundo, el de la enfermedad y ancianidad, el del deterioro físico y
psíquico, el de la impotencia; ignorar la situación de tantas personas que, a
duras penas, soportan la debilidad de sus cuerpos y, a veces, la soledad de sus
almas.
La
enfermedad y la ancianidad pueden desfigurar el cuerpo, incapacitar, pero no
degradan la grandeza y dignidad del hombre. El enfermo es hijo de Dios. En el
enfermo se nos revela de modo singular el Dios que al encarnarse vivió también
la soledad, la agonía y la impotencia ante la muerte. Vivir cerca del enfermo,
de su cama o de su silla de ruedas es estar como María al pie de la cruz. Ella
no desertó ante el horror del sufrimiento, ni dudó de la grandeza de su Hijo.
Los
cuerpos debilitados y dolientes son también templos de Dios y un día serán
cuerpos gloriosos. Con ellos llevarán para siempre las huellas de nuestros
cariños y atenciones. La enfermedad, sobre todo cuando es larga y vivida en
soledad, puede hundir al enfermo en la desesperanza. Pero éste se siente
dignificado con nuestro cariño y nuestras atenciones.
Es
verdad que el acompañamiento de un enfermo incurable desestabiliza nuestros
planes, trastorna nuestra vida, agota, crea tensión, puede ser absorbente, por
eso hay que cuidar también a los cuidadores. Pero en la medida en que morimos
un poco para que otros vivan, nosotros mismos renacemos a una vida nueva de
amor y de esperanza. Es el dinamismo del misterio pascual. Los enfermos, a
cambio, nos enseñan a relativizar muchas cosas, a trabajar sin esperar
recompensa.
Corresponde
a la sociedad y a sus instituciones proporcionar el mejor sistema de cuidados
para humanizar la enfermedad, promover ayudas a las familias afectadas, dedicar
medios a la investigación. Pero, sobre todo, es necesario que invierta en crear
valores que humanizan. El índice de humanidad y la calidad evangélica de una
sociedad, de una cultura, se manifiestan, en buena parte, en la manera de
tratar a sus miembros más desvalidos.
No
debería de faltar en ninguna parroquia una pastoral bien organizada de atención
y acompañamiento a los enfermos y ancianos. A los grupos que ya trabajáis en la
pastoral de la salud y a todos los fieles católicos os invito a acercaros al
mundo del sufrimiento en la enfermedad, a dejaros interpelar por él, a compartir la búsqueda de una
vivencia sana del mismo a la luz de Cristo muerto y resucitado, a fin de
renovar e intensificar la atención pastoral a los que sufren.
Expreso
desde aquí mi admiración a tantos médicos, enfermeros y demás cuidadores, que,
a su competencia profesional, unen una atención personalizada y afectuosa a los
enfermos. De modo especial manifiesto esta admiración por todas las personas que,
en los domicilios particulares atendéis a enfermos o ancianos. Tened la
seguridad de que algún día escucharéis de labios del Señor la palabra que os
reportará la más alta alegría: "Lo
que hicisteis con estos hermanos míos enfermos, conmigo lo hicisteis".
Os
invito, una vez más, a los enfermos a vivir la enfermedad en comunión con la
Pascua de Cristo.
+ Ciriaco
Benavente Mateos
Obispo de Albacete
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